ANÉCDOTA CONCHAGUENSES EN UNA NOCHE DE LUNA LLENA

Me contaba don Carlos Ramírez Q.E.P.D., sentado en una silla en las afueras de su casa con su tacita de café, algunas de las pasadas que como jóvenes tenían y otras que sus amigos le contaban, entre ellas esta que me contó y hoy se las cuento a ustedes por si alguno vivió esto también… Allá por el año 1965, me encontraba haciendo de todo un poco para mantener mi recién iniciado hogar. Trabajaba de día como sastre, haciendo pantalones, remiendos, cuidando gallinas y gallos de la raza «gira», con mi esposa; a las cinco de la tarde me iba para La Unión a estudiar a la Escuela Normal Nocturna; yo quería ser profesor y tenía que sacrificarme para ello. No había transporte, ni siquiera una buena carretera, así que viajaba a pie 5 kilómetros de ida y 5 de regreso, salía a las 9:30 p.m. de clases, entre pláticas y despedidas se daban las 10 p.m. y apenas estaba ya en el cementerio de La Unión, listo para emprender mi regreso a Conchagua.

En uno de tantos viajes, caminando en la oscuridad, porque cuando el dinero no me alcanzaba para comprar baterías para mi lámpara, tenía que caminar en la oscuridad o alumbrado por las estrellas o la luna. Este día del cual narro estaba la luna llena; se miraba claro; podía darme el lujo de trotar por la calle; sin embargo, al llegar al conacastòn que estaba cuadra y media al sur de donde hoy es la ferretería Montiel (venta de arena y cemento), me dio un escalofrío. Vi a mi alrededor, pero no había nada. Seguí caminando, al estar donde empieza el cementerio de Conchagua (antes no había muro porque era parte de una montaña). Escuché el llanto de una mujer, tan fuerte como si se reprodujera con grandes parlantes, pensé: este es un aprendiz de brujo que me quiere asustar, pero yo también lo asustaré; agarré dos piedras y comencé a trotar para llegar a las primeras casas, donde los Treminios, paré de trotar, seguí caminando porque la luna me permitía ver con claridad y yo quería asustar al que había llorado, al empezar la curva que parece “U” lloró por donde don Treminio, me agaché al subir la cuesta protegido entre dos peñones, esperando ver algo para soltar la primera pedrada, pero nada, no vi nada y luego seguí caminando al estar frente a la casa de don Marcial, el peluquero, (algunos le decían a este lugar, La Chorrera del Guayabo, porque allí pasaba el desagüe de las piscinas, antes era el desagüe del chorrón; Yo que pasaba por allí cuando lloró por las peñonas, casi una cuadra atrás; corrí para llegar al muro de una cantina ( casa antes de la casa de don Tomás Escobar) me agaché esperando ver quien era la  llorona y nada, me aburrí de esperar , en vez de sentir miedo sentía coraje, seguí caminando al estar frente a la puerta de la iglesia la más grande, la que está frente al parque, lloró por donde don Tomás. Entonces corrí hasta la casa que me quedaba a una cuadra, frente a la casa de don Domingo Ramírez Q.E.P.D., pero no había aún construido; era predio baldío.

Toqué fuerte la puerta de la casa y grité: Mamá, ábrame que me vienen siguiendo; Así fue, abrió rápido. Me quedé esperando por la ventana, pero nada; luego salí a la calle, caminé por el solar de don Domingo, llegué hasta un níspero, pero no vi nada. Mi madre me dijo: Acostate, hijo, no es nada o podría ser un mal espíritu. Le contesté: está bien, mamá, y cerré la puerta y la ventana, y cuando me estaba acostando en una hamaca para relajarme, frente a la casa pegó un espantoso pero espantoso llanto, que todos los perros del barrio comenzaron a aullar. Yo me acobarde al escuchar a los perros, porque aúllan así cuando son espíritus malos; me dormí quizá del susto, pero hasta fiebre nos dio del miedo… Mi mamá me pidió que no volviera a venirme de noche y yo le hice caso: me quedaba en La Unión donde los suegros. Nunca pude saber con certeza qué o quién lloraba con tanta fuerza, pero sí es espantoso. Pasé tantas aventuras viajando de noche, pero esta fue la que más me impactó.

Referencias:

• Anécdota por Sr. Carlos Ramírez Q.E.P.D.